Ángeles Medina, una vida de servicio y humildad

Ángeles Medina López, conocida como la señorita Ángeles, nació en Linares (Jaén), el 11 de noviembre de 1909. Falleció en Álora, en la residencia Virgen de Flores, el 30 de agosto de 1991. Acompañó a la Sierva de Dios, como colaboradora y miembro de la Providencia Parroquial, en todos los momentos de su obra, desde el inicio en diciembre de 1950, hasta la muerte de Laura, en 1986. Por el testimonio de la primera niña que se incorporó a aquel local pobre y sin apenas mobiliario en un bajo enfrente de la Parroquia, sabemos que Ángeles acompaña a Laura en aquel día (justamente el primero de una aventura que va a durar 36 años) y va estar junto a ella con sus presencia discreta y silenciosa, callada y humilde, hasta que la Sierva de Dios fallece.

 Quizá la colaboradora de Laura más conocida sea Socorro Ruiz (la señorita Socorro), pero ella se incorpora un poco después, aunque también en los primeros momentos de la obra. Sin embargo, el carácter discreto, reservado de Ángeles, hace que fuera poco conocida fuera del ámbito del colegio.

Era una persona sencilla, dulce, quizá un poco simple en su mentalidad. Una alumna recuerda que Laura la cuidaba como una alumna más, se sentaba a su lado en las comidas y estaba pendiente de que comiera. Ella era la encargada sobre todo de las niñas más pequeñas. Era, dice una de las alumnas, un poco como la abuela de las niñas.

Les canta o cuenta cuentos y vidas de santos. Tanta huella deja en sus niñas, que, después de muchos años, algunas recuerdan canciones de la señorita Ángeles, como ésta que hemos podido rescatar: 

“Virgencita de todos los niños,
que estás en el cielo rogando por mí,
yo te pide que el día en que muera
hagas que mi alma vuele junto a Ti.
Al ir a la cama antes de dormirme,
me acuerdo de ti
y me duermo tranquila pensando
que tus dulces ojos velan por mí”.

Cuando Laura muere en 1986, ella permanece en la residencia hasta su muerte, el 30 de agosto de 1991. Siempre colaborando y trabando desde la humildad y el silencio. El sacerdote de Álora D. Leandro Carrasco Bootello, actual párroco del Rincón de la Victoria, la trató, siendo él un joven seminarista, en su última etapa en la residencia; y cuenta como, en sus últimos días, cantaba frecuentemente al Niño Jesús esta canción:

“Jesús, aquí estoy,
yo te quiero ver
porque eres mi Dios,
porque eres mi Rey”.

D. Leandro dice que “era muy buena, prudente y dulce” y que “trabajó a la par y a la sombra de Laura. Pasó desapercibida”.

José Díaz Borrego, uno de los promotores de la causa de beatificación de Laura Aguirre, recuerda el día del funeral de Ángeles. Llegó el coche de la funeraria a la residencia para conducir el cuerpo a la parroquia. En aquella época todavía era costumbre acompañar al féretro por la calle a pie. A Díaz le pareció demasiado frío llevar a la señorita Ángeles en el coche directamente y pidió al conductor que fuera lentamente, para poder acompañarla caminando. Comenzó él solo en el séquito. Encuentra por allí cerca a Antonio Jesús Carrasco, que luego sería sacerdote, y lo llama para que se sume. Por los menos son dos acompañantes. Algunos, al paso del coche, miran y se persignan respetuosamente. Cuando pasan por el centro se comienzan a incorporar al entierro algunas personas y, poco a poco, se va formando un grupo considerable cuando llegan a la iglesia. Lo que iba a ser un frío traslado se convirtió en un entierro de los de antes.

Su cuerpo fue enterrado en el antiguo cementerio de Álora (castillo árabe); cuando fue inhumado para ser trasladado al nuevo cementerio, nadie reclamó su cuerpo, no se localizó a ningún familiar. Sus restos fueron depositados en la zona común.

Desconocemos el lugar donde reposan sus restos y la mayor parte de los datos circunstancias familiares y personales de la señorita Ángeles. Mucha gente en Álora incluso desconocerá su nombre, pero seguro que todos estos datos no se han perdido del todo y están en ese “disco duro” infinito que Dios tiene para guardar los datos de sus elegidos.