Laura Aguirre y la parroquia de la Amargura

Ya se ha dicho que la vida de Sierva de Dios Laura Aguirre tiene una clara línea divisoria con su llegada a Álora. La etapa anterior está caracterizada por la inestabilidad y cambio y, en la segunda parte, parece que encuentra en el pueblo malagueño su lugar y tarea definitivos, sin llevar su labor más allá de este límite geográfico. Esto es verdad, pero… no toda la verdad.

A partir de 1965, estando en la escuela de la Plaza Baja (Calle Benito Suárez),  Laura emprende un proyecto en Málaga, que no es muy conocido. Ya hemos hecho anteriormente alguna referencia a este tema. Se instala en una casa cercana a la parroquia, en la calle Pintor Blanco Coris, nº 2. Se trata de una casa mata, donde acoge a un grupo de algo más de 20 niños.

El 8 de diciembre de 1965 es bendecida la casa por el párroco D. José Ávila. El nombre del centro es Guardería y Providencia Parroquial Virgen de la Amargura. Como ha ocurrido en toda su vida, las casa que abre siempre llevan en su nombre la palabra “Providencia”.

Laura anota las contribuciones que recibe. De la parroquia le aportan 5.000 pesetas. Tiene también acogidos a niños del Tribunal de Menores. Algunos niños son de madres trabajadores y se quedan allí de día. Otros se tienen que dormir en la casa, por no tener otro lugar. Laura recurre a una amiga que duerme en guardería para acompañar a la colaboradora que se queda allí, que es Angelita Ponce de León. El centro también se usa como lugar de reparto de leche en polvo, lo que se llamaba la “ayuda americana”, alimentos que en los años 60 mandaba el gobierno de USA. Esta ayuda se canalizaba a través de  instituciones como  las parroquias o  Cáritas. 

Aquella es un zona de Málaga hoy céntrica, pero en aquellos años se situaba en la periferia y tenía un alto nivel de pobreza. Se la conocía como “La Pellejara”, pues allí se arrojaban los restos de animales de mataderos cercanos. Este proyecto permanece hasta que, unos años después, en 1972,  esta acera de casas mata es derruida para levantar los bloques de pisos actuales.

Después Laura establece en el mismo edificio de la parroquia una residencia para niñas mayores. Aquellas dependencias tienen acceso desde el interior y desde la calle. Esta residencia acoge a la niña que ya han terminado en la Providencia Parroquial de Álora y se van a Málaga  para trabajar o para estudiar. La que se encuentra normalmente  allí es Socorro Sánchez. Ellas están integradas en la labor de la parroquia, se ocupan de la sacristía, limpian y hacen este tipo de trabajos de colaboración. 

Esta labor de Laura coincide con la primera etapa de la parroquia y con un párroco excepcional, el mencionado D. José Ávila Barbo. Jesuita, llega a Málaga con 39 años, traídos por D. Ángel Herrera. Se hace cargo de la parroquia de Santiago y tiene encomiendas como confesor del seminario o Delegados de los sindicatos católicos. En 1956 es nombrado párroco de la Amargura y es prácticamente quien pone en marcha aquella parroquia junto a  su coadjutor D. Ernesto Wilson, fundador de Misioneros de la Esperanza, otra figura relevante de aquella época de la iglesia malagueña  que puede calificarse de dorada. Años más tarde vamos a encontrar a D. José Ávila de nuevo, como encargado por D. Ramón Buxarráis de contactar con las Hermanas del Padre Cristóbal, para que se hagan cargo de la residencia de Álora, después de fallecimiento de Laura, ya que él era Delegado de las Misioneras Rurales.

¿Cómo se aventura Laura a este proyecto? En estos momentos tiene funcionando en Álora su centro con un gran número de niñas, además de una guardería externa. El equipo de sus colaboradores es reducido y a ella esto le supone tener que trasladarse a Málaga con frecuencia. El trabajo le sobraba y los medios, especialmente los humanos, le faltaban. ¿Cómo se decide, pues, a abrir un nuevo frente en esta continua batalla que fue su vida? De forma parecida, con más de 80 años abre una residencia de ancianos, después de haber estado toda su vida trabajando con jóvenes.

El que asista a su biografía se preguntará con frecuencia por la causa de este comportamiento; y no existe una respuesta lógica o natural. La respuesta es su confianza en la Providencia, que le hace lanzarse a proyectos para los que no tiene medios, tiempo ni personas.

Hay otro dato que nos indica la vinculación de Laura con este barrio. Por Francisca García, cuya familia vivía en la zona del Convento de Flores y que tenía una estrecha relación con ella, sabemos que Laura compra un piso en la calle Pinto Navarro, de la misma zona, después de vender un piso más amplio que tenía en calle Mármoles, fruto de una donación. Le dijo que lo había vendido porque  necesitaba dinero para la construcción de la nueva residencia de Álora. En este piso de Pintor Navarro se quedaban cuando venían a Málaga a alguna gestión, lo que era frecuente. Eso nos indica lo vinculada que está Laura con la parroquia y con el barrio. Para terminar con este apartado, voy a apuntar un dato curioso (iba a escribir “casual”, pero en esta historia hay que decir “providencial”). La Virgen de la Zamarrilla, una de las advocaciones marianas con más arraigo y devoción en el rico mundo cofrade malagueño, estuvo anteriormente en la parroquia de la Encarnación de Álora. El escritor e investigador Felipe García Sánchez, que además es uno de los iniciadores de la causa de Laura Aguirre, cuenta en un artículo cómo la imagen pasó de Álora a la capital, cambiando su anterior advocación de Virgen del Amparo. Como tal fue coronada en la parroquia de la Encarnación de Álora en los años 30.

LAURA AGUIRRE,  LA CARIDAD

Antonio F. Ortiz es escritor, autor de libros de poemas y  novelas que han tenido gran difusión,   como Las cicatrices de una manzana amarga, o La chica que sonreía con los ojos; esta  última presenta personajes y ambientes de Álora. Aunque vive en Málaga, está vinculado a Álora por vínculos familiares. Con este texto quiere darnos su visión de la Sierva de Dios.

Para muchos, la santidad parece que solo ha sido un privilegio de unos pocos a lo largo de los siglos. Pero, de hecho, la Iglesia nos enseña que nuestra alma está llamada a la santidad. Todas las almas. Incluida la tuya, tú que lees estas palabras con atención. Pero, a pesar de que poseemos un alma que anhela la santidad, sólo unos pocos han conseguido llegar a ella en vida, llevando una existencia ejemplar de sacrificio, penitencia, con un grandísimo amor hacia los demás.

Las virtudes teologales son tres: la Fe, la Esperanza y la Caridad. Tener Fe y Esperanza no es suficiente si no está acompañada de la Caridad, del amor hacia el prójimo. De esas obras que destaquen este amor hacia los demás como a sí mismos. Por tanto, la Caridad es la mayor virtud de todas, pero no puede caminar sola, ya que, junto a la Fe y la Esperanza en Dios, es el único camino para mirar cara a cara al Creador, llegada nuestra hora. Hay quien piensa que ser caritativo es suficiente. Que no es necesario creer en ninguna deidad para ser buena persona. Claro que no importa. Pero si ese ejemplo de caridad sólo obedece a la propia voluntad de ayudar a los necesitados, eso le hará ser estimado/a en la comunidad o nación en la que resida. Diría que el mundo entero vería con muy buenos ojos a esa persona que ayuda a los pobres y desesperados, pero si en ello no hay una voluntad cristiana de salvación, solo son obras buenas, sí. Pero vacías en cierto modo…

La señorita Laura tenía Fe y Esperanza, como todos los que nos consideramos cristianos. Pero entonces tenía que la distinción de los demás: un profundo amor por quienes la rodeaban.

Y gracias a la institución que presidió, ayudó a  muchísimas personas. Hoy día, aún viven muchos de lo que se benefician de su buen corazón y disposición en Álora (Málaga). Dios estaba con ella, pues la señora Laura Aguirre puso sus esperanzas en el Altísimo para poder sacar adelante sus sufridos proyectos.

Cuando pregunto por esta sevillana que renunció a una vida acomodada para sufrir penalidades por amor al prójimo, me cuentan diversos hechos inexplicables que rodean su figura. Y yo sonrío porque sé que estas son pruebas del amor de Dios para con Laura.

La asociación Probeatificación tiene la firme voluntad de hacer reconocer la santidad de Laura Aguirre Hilla, sabiendo que en ella tenemos una grandísima intercesora por nosotros y que de este modo ayuda a la mayor intercesora: Nuestra Madre, la Virgen María para la salvación de muchas almas. Si estáis pasando tribulaciones, pensad en todos los problemas con los que tuvo que lidiar con la Señorita Laura. Si oramos a Dios para que nos ayude, no dudemos en acudir a Laura Aguirre para que interceda por nosotros, pues Dios ama a las almas santas y escucha sus ruegos. Por muy complicados que sean nuestras tribulaciones, Él nos ayudará, mediando esta Sierva de Dios. Y, además, perota de adopción… Si lo haces y consigues la ayuda divina a mediación de nuestra amiga en El Cielo, no dudes en ponerte en contacto con la asociación Probeatificación de Laura Aguirre, contándonos tu caso. Todos los testimonios nos ayudan para que ella sea reconocida.

Antonio F. Ortiz.

EFEMÉRIDE. Homenaje a la Srta. Laura, Camarera de Honor

El 15 de marzo de 1975 (hoy cumple su 48 aniversario) se le tributa un homenaje a Laura Aguirre por sus 25 años de servicio y entrega en Álora. El acto consistió en una cena en el salón Las Columnas, en el cual el Ayuntamiento de Álora, presidido entonces por D. José Fernández López de Uralde, le otorga el título de Hija Adoptiva de la ciudad. Asimismo, la cofradía de Dolores Coronada la nombra Camarera de Honor. En estos momentos es hermano mayor Diego Consigliery, recientemente fallecido. Él, Pepe Díaz y otros miembros de la Junta de Gobierno la visitan antes, para ofrecerle este cargo. Ella lo agradece, pero pregunta, con su habitual humildad, que cuál es su función como Camarera de esta cofradía. “Qué tengo que hacer?”. Diego y Pepe le dicen que su función no supone nada especial, simplemente, le piden que, cada año, antes del desfile procesional, cuando la Virgen esté preparada para su salida, ella la visite y, de alguna manera, dé su visto bueno. Ella contestó entonces con una frase, que a Pepe Díaz no se le ha borrado de la memoria y que, más de una vez, me ha recordado en nuestras charlas sobre Laura: “Bueno, rezaré por vosotros, que eso es lo único que sé hacer”. Estas pocas palabras definen a la Sierva de Dios más que cualquier largo discurso. Primacía de la oración antes que cualquier acción o iniciativa humana, confianza en la Providencia, humildad… Estas breves y sencillas palabras no necesitan más comentario.

Algún tiempo después, debido a unas obras en la Parroquia de la Encarnación, la imagen de la Virgen es trasladada a la residencia para que allí sea guardada y custodiada. Laura pasa largas horas de oración delante de esta bendita imagen. Me contó Diego Consigliery que fueron varios por la imagen, una vez que la obra estaba terminada. Ella estaba tan encariñada con la Madre, que cuando sacaban a la Virgen de los Dolores de la residencia, Laura, que no era una persona que expresase fácilmente sus sentimientos, estaba llorando al ver como se la llevaban. Diego, Pepe y los que asistieron a aquella escena se quedaron sobrecogidos.

Un tercer apunte. En la Cuaresma de 2002 Diego escribe en la revista de la cofradía un importante artículo sobre Laura Aguirre. ¿Por qué lo considero importante dentro de la amplia documentación que tenemos en la causa? Porque, desde la muerte de Laura en el último día de 1986, quedaba el recuerdo, la gratitud, la admiración de mucha gente de Álora, pero no se había escrito ni investigado nada. Más adelante empieza Mari Ángeles López Gutiérrez con sus artículos en la revista Álora; se organiza la Semana de Laura Aguirre (marzo de 2010); se inaugura el Museo en Flores (2014) y, se abre la causa de beatificación en 2019, a instancias de Marí Ángeles Gutiérrez, Felipe García, el que esto firma y nuestro párroco el padre Juan de Jesús Torres, que se identificó con esta causa con gran entusiasmo. La promoción y el estudio de la persona y la obra de Laura está hoy en marcha, pero en aquel 2002, el artículo de Diego fue una llamada de atención en medio de un silencio, que no era olvido pero se le parecía.

La cofradía de Dolores Coronada tiene un rico patrimonio histórico, artístico y personal; pero también posee una riqueza que no puede olvidar en esta Camarera de Honor, cuya intercesión nunca les va a faltar.

Dº. Tomás Salas, postulador de la Causa de Beatificación de Laura Aguirre

8 de marzo, Día de la Mujer, recordamos a Laura Aguirre

La Sierva de Dios Laura Aguirre (la señorita Laura) y la dignidad de la mujer

Creo que no puede desvincularse históricamente el Cristianismo con el desarrollo del concepto de  dignidad de la mujer y  de igualdad, tan básicos, tan incuestionables en nuestra sociedad actual. Por ello, cuando el feminismo radical hace a la Iglesia blanco de sus ataques, cosa que es frecuente, no sólo comete una injusticia, sino una falacia histórica.

Un ejemplo de esta vinculación entre fe y dignidad femenina es la malagueña Laura Aguirre (la señorita Laura), cuya causa de beatificación se abrió en octubre de 2020.

Laura llega al pueblo malagueño de  Álora en 1950, a la madura edad de 49 años. Detrás deja   una vida nada fácil: huérfana de madre y luego de padre; una familia dispersa, frecuentes cambios de domicilio, la experiencia de la guerra, distintos trabajos… En Álora, va a decidir la trayectoria definitiva de su vida y de su vocación cristiana: el cuidado (religioso, académico, material, humano…) de sus “niñas”; la creación de una gran familia que a ella  va a tener por madre. Escoge a las niñas. En aquella penuria de familias pobres y numerosas las niñas son más vulnerables, si cabe, que los niños. Ellos, en caso de que alguien tuviera que ir al colegio, tenían preferencia. Podían incorporarse tempranamente al trabajo del campo; pero ellas pocas opciones tenían en aquellos años. La primera niña a la que acoge Laura recogía colillas para que su  madre las vendiera, aunque  el dinero conseguido no les llegaba para comer. Nos contó, poco tiempo antes de morir, que la primera noche que pasa con Laura, ésta le prepara un pobre catre  y le confecciona un amplio camisón de dormir con una antigua máquina de coser (ésas de manubrio, que hoy son piezas de museo), que a la niña le hace mucha gracia por sus amplias mangas. Me parece un detalle entrañable… y femenino.

A lo largo de tanto años, Laura va a estar pendiente de sus niñas, les va a dar el beso de buenas noches, se va a levantar de madrugada  para la medicina, va a ocuparse de su comida, vestido, primera comunión; y, luego, cuando crecen, como es inevitable, del novio y de la boda, de los niños. En fin, asume el papel de una madre atenta a los detalles más pequeños. Laura es madre y, por tanto, mujer.

Además, una mujer que toma iniciativas por su cuenta; que hace todo tipo de gestiones; que  se mueve incesantemente para pedir, que recorre los caminos rurales con un borriquito recogiendo los alimentos que le dan la gente del campo. Dentro de la más estricta ortodoxia y obediencia, sin ningún rasgo de rebeldía, fue una mujer que asumió su papel de laica y de  miembro activo de la Iglesia con toda la energía que le proporcionaba su fe gigante y su confianza en la Providencia.

Por último, quiero destacar la importancia que Laura le da a la educación, aspecto tan relevante para la mujer en aquellos años. Educación que tiene, por supuesto, una dimensión espiritual, que es el fundamento de todo lo demás, pero también las labores y trabajos del ama de casa (los que se escandalicen de esto, piensen que estamos en los años 50 y que nadie puede salir de su época como nadie puede salir de su cuerpo), los buenos modales, tan importantes entonces para la integración social, la preparación académica. En cuanto a este  último aspecto, se preocupa de que aquellas niñas que pudieran hicieran el bachillerato; algunas, fueron a la universidad.

Su condición de mujer (y de madre) fue una dimensión importante de su persona y de su obra.  ¿Feminismo? Yo creo que algo anterior y más importante: la dignidad de la mujer asumida, desde siempre, por el Cristianismo.

                                  

La «ruta violeta» visita el Museo Laura Aguirre

La “Ruta violeta” es una actividad concebida para toda la comarca del Guadalhorce. Se trata de elegir en cada una de sus localidades una mujer que haya realizado en su vida una actividad significativa y que pueda servir de referente a las nuevas generaciones. En este proyecto está prevista la publicación de un libro con la biografía de  estas mujeres además de una serie de actividades.

El día 27 de abril, organizada por el Ayuntamiento, se realizó una marcha y una visita al Museo Laura Aguirre, que se encuentra en el Santuario de la Virgen de Flores. Un grupo de personas de la asociación acompañó a este grupo y les expuso su testimonio y recuerdo sobre la Sierva de Dios. Algunas personas ya conocían algo de esta mujer, pero para otras  fue un descubrimiento. Conocieron las fotos y documentos que tenemos archivados en el museo y, sobre todo, el testimonio personal, que les resultó muy interesante.

Esperamos que estas visiten continúen en el futuro, si las condiciones sanitarias lo permiten y, sobre todo extender estas actividades a las escuelas.

Almas Raices (Laura Aguirre y el Padre Soto)

Laura Aguirre está muy influenciada por las ideas y la espiritualidad del sacerdote valenciano José Soto Chuliá (1887-1975), conocido por el padre Soto, que fue unos años director espiritual en el Seminario de Málaga, en la época de San Manuel González. La idea de “santidad bautismal” (lo que se ha llamado “la llamada a la santidad de los laicos”), la de disponibilidad con la parroquia, la importancia de la idea de obediencia y otras más… Todas estas líneas directrices del padre Soto tienen una gran influencia en su tiempo. Fruto de este influjo son las misioneras que, como Laura, recorren los pueblos y zonas rurales realizando labores de evangelización. Habrá que volver sobre este tema, porque tiene más sustancia.

Hoy traigo una carta que le escribe a la Sierva de Dios su amiga Dolores Alonso Pérez de Carmona, desde Valencia, el 16 de junio de 1950. En esta época, el “Padre” (como le llama) está en el seminario de Lérida y Laura Aguirre hace su trabajo pastoral y caritativo por distintos lugares de Málaga y, pronto, al final de este Año Santo, va a llegar a Álora para comenzar su nueva y definitiva etapa. Dolores le habla a Laura de la importancia de la obediencia y cita al Padre: “Lo que me entusiasma, lo que me fascina, me encanta de la Obra es no dejar un rastro por donde pasemos. Desaparecer para que los demás crezcan. ¡Ser almas raíces y formar almas raíces! ¡Qué misión tan necesaria y tan fecunda!”. Eso fue siempre la Sierva de Dios: una persona oculta, desaparecida de la notoriedad pública, actuando silenciosamente para los demás.

«Una cuenta corriente en el Cielo»

Las  numerosas cartas que tenemos en el archivo de Laura Aguirre no dan demasiados datos sobre su vida, porque es una persona muy reservada y reacia  a hablar de sí misma, pero muestran algunos puntos interesantes. Sobre todo  las cartas con sus familiares.

Conocemos aquí a una familia dispersa, separada espacialmente, pero unidas por el cariño mutuo y una gran admiración hacia Laura. Además, es una familia de profundas convicciones religiosas y las referencias a este tema son continuas.

Destacan por lo numerosas las cartas de Dª María Baquera Segalerva, segunda esposa de su padre, que siempre le da el tratamiento de “querida hija” y que muestra un  extraordinario cariño maternal con ella. Aquí quiero comentar unas cartas de 1954, en su sobrino “Paco” (cuya identidad está por descubrir) le dice a su tía que le agradece las 6000 pesetas que le da (en préstamo, en realidad) para un viaje a América, seguramente de negocios. Luego en otra carta muestra un poco de remordimiento por haber aceptado el préstamo, ya que sabe que su tía tiene dónde emplearlo (no en  ella misma, precisamente). Y dice una cosa que me ha llamado la atención:

“Esta mañana en la comunión he pedido muy especialmente al Señor por ti para que te ilumine y puedas hacer muchas obras buenas y con mucho fruto, para que tu cuenta corriente en el cielo aumente continuamente”.

Desde luego, no se puede decir mejor: la cuenta corriente en el cielo de la Sierva de Dios, al contrario que la del banco real, debió terminar con un saldo millonario.

Testimonio de Gracias y Favores

C. R. es una niña de Laura. Aunque no vive en Álora sigue en contacto con sus compañeras y  es una colaboradora entusiasta con la causa y con la difusión de la figura de la Sierva de Dios. Es una persona que tiene siempre a la Señorita Laura en los labios y que se encomienda a ella con frecuencia. Nos hace llegar el siguiente testimonio. Prácticamente nos limitamos a transcribir el audio que nos envía,  para conservar la espontaneidad de sus palabras: 

“Una amiga mía estaba para morirse; tuvo un derrame cerebral. La llevaron al hospital, donde estuvo un poco de tiempo, y los médicos no daban certeza por ella. Entonces, yo con   tanta fe, tanta fe me encomendé a la Señorita Laura y le pedí que esta mujer pudiera volver en sí, que se pusiera buena y se le quitara lo que tenía. Esta mañana la he estado viendo aquí en mi puerta y le he dicho:

– ¡Oye, R., cómo estás de bien!

Ella me ha dicho:

– Ya ves tú si estoy bien. Mi hijo le dijo al médico “esto ha sido un milagro” y el médico le contestó: “esto es un gran milagro”.

Esto ha sido la Señorita Laura, no tengo duda ninguna. Ella estaba desahuciada, para morirse, con un cuajarón de sangre en la cabeza. Le he dado a mi amiga R. una estampa de la Señorita Laura. Me gustaría que esto se supiera, que llegara a la gente de alguna manera.

Recuerdos de la muerte de Laura Aguirre

D. Leandro Carrasco Bootello es el párroco del Rincón de la Victoria. Tanto él como su familia tienen mucho trato con la Sierva de Dios. Cuando ella muere,  es un joven  que colabora con la parroquia y actúa como acólito en la misa funeral.  Estos son sus recuerdos de aquellos momentos:

En la tarde del 31 de diciembre de 1986 sonó el teléfono de mi casa. Era don Francisco Ruiz Salinas, Párroco por ese entonces de Álora, que llamaba para comunicarnos que Laura había muerto. No olvidaré en ese  momento la cara de mis padres. Mi madre me dijo con lágrimas en los ojos “Estará ya en la presencia de Dios, desde allí cuidará de todos” y mi padre le respondió: “Laura ha entrado en el cielo hasta con los zapatos puestos, ha sido una Santa en la Tierra y ahora lo será en el cielo”. Esos eran los comentarios de todos los que poco a poco se fueron enterando de la triste noticia a pocas horas de terminar el año.
Yo tras la noticia, recuerdo que con mi hermano Antonio fui a la Parroquia. Había que pedir la llave a Frasquito, el sacristán para hacer doblar las campanas “agoni” para que el pueblo se enterase de lo ocurrido. Hacía frío y mi madre nos dijo que fuéramos abrigados. Cuando entramos en la Parroquia, me parecía más fría que nunca. Estaba vacía, sus grandes columnas se me caían encima, mi corazón no podía aguantar la angustia y, en ese momento, antes de subir al campanario, me arrodillé ante el Sagrario y lloré. Mis ojos se deshacían en lágrimas, mientras pensaba en los momentos vividos junto a Laura. Le pregunté al Señor el por qué. Humanamente a aquel niño de 15 años le costaba entender que el grano de trigo tenía que caer en tierra y morir para dar buen fruto. Tras desahogarme en mi llanto, le dije a mi hermano que subiéramos a lo más alto del campanario; no nos quedaríamos en la planta primera donde colgaba por un agujero de la torre aquella cuerda de tantos metros que estaba amarrada al badajo de una de las campanas. Subimos casi corriendo aquellas escaleras de caracol, tenía necesidad de subir hasta lo más alto, tenía necesidad de estar cerca del cielo, tenía necesidad de estar cerca de aquella mujer que había cerrado los ojos a este mundo y los había abierto a la vida eterna para seguir con su misión; interceder ante Dios por los más  necesitados.
Cayó la tarde de aquel miércoles último día del año. Cenamos en mi casa con la conversación sobre la señorita Laura. Yo con 15 años no estaba acostumbrado a ir al duelos pero al de aquella mujer no podía faltar. Sabía perfectamente a pesar de ser un adolescente que aquella muerte no era la de alguien «normal», yo sabía que la señorita Laura pasaría a la historia de Álora como alguien muy especial. Sobre las 21:00 horas de la noche me dirigí a la residencia donde Laura quedó expuesta en la capilla ardiente para que el pueblo de Álora le diera el “adiós”. Recuerdo perfectamente mi llegada, me temblaban las piernas y mi empeño era no solo rezar por su alma, yo necesitaba verla. Había gente en la puerta y otras entraban y salían de la capilla situada entonces en la planta baja y principal, al fondo de la puerta de entrada. Había silencio, los que estaban dentro de la capilla estaban de rodillas ante su capilla ardiente. Me acerqué sigiloso. No estaba yo acostumbrado a ver muertos y me pareció que estaba dormida. Tenía entre sus manos cruzada un crucifijo y enredados entre sus dedos un rosario. Se me atragantó un nudo en la garganta y mientras lagrimas caían por mis mejillas solo pude decirle: “Gracias por tu vida, pide al Señor mucho por nosotros”. Me senté en uno de los bancos al final de la capilla. Faltaba aún dos horas para terminar el año. Ese fin de año fue especial para mí. Cuando tanta gente estaría contando minutos para descorchar champagne y abrazarse eufóricamente por el nuevo año rodeado de uvas y cotillones, yo quería solo estar allí, junto a Laura aprovechando esta ocasión que a pesar de mi juventud, me merecía más la pena: Entré el año nuevo rezando delante del Sagrario y contemplando el cuerpo sin vida de la que todo el mundo ya entonces reconocíamos como Santa.
Una mano tocó mi hombro, era la mano de Don Francisco, que me susurró al oído “vete a casa, ya es tarde, mañana vendrá el Obispo para la Misa funeral, así que vete con tiempo para la sacristía que te tengo que explicar lo que tienes que hacer”. Nunca había sido monaguillo del Obispo, aunque si le conocía personalmente porque estaba acostumbrado a verle en las Misas que al final de las convivencias del Seminario Menor solíamos celebrar en el Seminario de Málaga. Don Ramón Buxarrais Ventura era un hombre cercano y su presencia en aquella Eucaristía no provocaba un gran impacto en mí, acostumbrado a verle, pero quería que todo saliera lo mejor posible.  “Habrá incienso en esa Misa” pensaba yo, porque en las Misas Solemnes solíamos encender el incensario que durante casi todo el año estaba guardado en el armario de la Sacristía.
Faltaba más de una hora para el entierro y bajando la calle ya se veía un grupo bastante grande de señoras mayores agolpadas en la puerta de la Parroquia, esperando que se abriera la iglesia y poder ocupar un sitio, pues se sabía de la cantidad de gente que iría ese día a la iglesia, y no tanto por el Obispo, sino por dar el último adiós a la sierva de Dios.  Ya una hora antes era una gran multitud la que iban ocupando los bancos y  eso sin contar la cantidad de personas que en el cortejo acompañaron al cuerpo de Laura desde la residencia. Ni en los mejores días de la novena a la Patrona hubo tanta gente, teniendo en cuenta que hubo años que los vecinos colindantes dejaban sus sillas de casa, para que fueran ocupados, durante los Cultos a la Virgen de Flores. Llegó el obispo y después de rezar un rato de rodillas delante del sagrario entró en la sacristía y dándome una caricia en la cabeza me dijo: «a tí te conozco yo, te he visto en el seminario» a lo que yo tímidamente asentí con mi cabeza.
Todo estaba preparado, como algo fuera de lo ordinario en los entierros donde el color litúrgico es morado, Don Francisco, el Párroco nos había dejado dicho a los monaguillos que el color litúrgico en el entierro sería el blanco así que dejamos los ornamentos del mismo 1 de enero, fiesta de Santa María Madre de Dios y día de Año Nuevo, donde el blanco de los tiempos de Navidad engalanaban el altar mayor. Pregunté al Párroco: “don Francisco, ¿Las velas del nacimiento también se encienden?  a lo que él sin pensar respuesta afirmó: pues claro, será un entierro de fiesta, Laura ha sido luz para mucha gente así que todas las velas del nacimiento de Jesús deben de estar encendidas”. Llegó el féretro a hombros y yo junto al obispo sujetamos el acetre con agua bendita y el hisopo. Todavía no podía distinguir desde la puerta de la iglesia la cantidad de gente que venía detrás; fue cuando subí las escaleras del presbiterio del altar mayor cuando contemplé aquel mar de gente nunca visto en otro evento de la parroquia. La parroquia es enorme, pero había gente en la calle sin poder entrar. Los monaguillos nos mirábamos perplejos y por señas el párroco me dijo que pusiera más formas en otros copones para la consagración pues lo mismo faltaban formas consagradas después en el momento de la comunión.
No recuerdo exactamente las palabras de Don Ramón (el obispo) en su homilía pero sí recuerdo que varias veces cuando hacía alusión a Laura lo hacía con el término de “Mujer de Dios” y hacía referencia a su entrega generosa con los pobres mientras el silencio del pueblo expectante escuchaba las palabras del obispo entre llantos y asentimientos con la cabeza reconociendo que todo lo que el obispo decía era cierto. Todos sabíamos que estábamos en el entierro de una Santa que con entrega generosa a los más pobres se había ganado el cariño y el afecto de todo un pueblo volcado en ese momento para darle el “adiós”. El silencio se rompió al final de la celebración cuando durante un buen rato los aplausos de todos despedían el cuerpo de la Señorita Laura, cuando salía por la puerta principal de la Parroquia a hombros; muchos a su paso tocaban su ataúd y se llevaban las manos a la boca y otra a distancia le tiraba besos mientras gritaban sus “gracias”, otros, mientras el féretro salía por el pasillo central hacían la señal de la cruz con cierta reverencia…yo en mis adentros recordaba al centurión que a los pies de Jesús Crucificado reconoció al Nazareno como verdaderamente al hijo de Dios… me decía continuamente “verdaderamente Laura es una Santa, y algún día la Iglesia la pondrá en los altares”.
Terminado el entierro, nos quedamos en la iglesia los monaguillos recogiendo los ornamentos y despedimos al Obispo que no dejaba de comentar asombrado la cantidad de personas que fueron a despedir a Laura y el cariño demostrado por todos los perotes. La vida del pueblo siguió, y os que conocimos a la Señorita Laura nunca olvidaremos el testimonio de humanidad, de cercanía, de sacrificio, de renuncia, de entrega, de prudencia, de humildad… de la Sierva de Dios.

           LEANDRO CARRASCO BOOTELLO, Párroco de El Rincón de la Victoria (Málaga)

Ángeles Medina, una vida de servicio y humildad

Ángeles Medina López, conocida como la señorita Ángeles, nació en Linares (Jaén), el 11 de noviembre de 1909. Falleció en Álora, en la residencia Virgen de Flores, el 30 de agosto de 1991. Acompañó a la Sierva de Dios, como colaboradora y miembro de la Providencia Parroquial, en todos los momentos de su obra, desde el inicio en diciembre de 1950, hasta la muerte de Laura, en 1986. Por el testimonio de la primera niña que se incorporó a aquel local pobre y sin apenas mobiliario en un bajo enfrente de la Parroquia, sabemos que Ángeles acompaña a Laura en aquel día (justamente el primero de una aventura que va a durar 36 años) y va estar junto a ella con sus presencia discreta y silenciosa, callada y humilde, hasta que la Sierva de Dios fallece.

 Quizá la colaboradora de Laura más conocida sea Socorro Ruiz (la señorita Socorro), pero ella se incorpora un poco después, aunque también en los primeros momentos de la obra. Sin embargo, el carácter discreto, reservado de Ángeles, hace que fuera poco conocida fuera del ámbito del colegio.

Era una persona sencilla, dulce, quizá un poco simple en su mentalidad. Una alumna recuerda que Laura la cuidaba como una alumna más, se sentaba a su lado en las comidas y estaba pendiente de que comiera. Ella era la encargada sobre todo de las niñas más pequeñas. Era, dice una de las alumnas, un poco como la abuela de las niñas.

Les canta o cuenta cuentos y vidas de santos. Tanta huella deja en sus niñas, que, después de muchos años, algunas recuerdan canciones de la señorita Ángeles, como ésta que hemos podido rescatar: 

“Virgencita de todos los niños,
que estás en el cielo rogando por mí,
yo te pide que el día en que muera
hagas que mi alma vuele junto a Ti.
Al ir a la cama antes de dormirme,
me acuerdo de ti
y me duermo tranquila pensando
que tus dulces ojos velan por mí”.

Cuando Laura muere en 1986, ella permanece en la residencia hasta su muerte, el 30 de agosto de 1991. Siempre colaborando y trabando desde la humildad y el silencio. El sacerdote de Álora D. Leandro Carrasco Bootello, actual párroco del Rincón de la Victoria, la trató, siendo él un joven seminarista, en su última etapa en la residencia; y cuenta como, en sus últimos días, cantaba frecuentemente al Niño Jesús esta canción:

“Jesús, aquí estoy,
yo te quiero ver
porque eres mi Dios,
porque eres mi Rey”.

D. Leandro dice que “era muy buena, prudente y dulce” y que “trabajó a la par y a la sombra de Laura. Pasó desapercibida”.

José Díaz Borrego, uno de los promotores de la causa de beatificación de Laura Aguirre, recuerda el día del funeral de Ángeles. Llegó el coche de la funeraria a la residencia para conducir el cuerpo a la parroquia. En aquella época todavía era costumbre acompañar al féretro por la calle a pie. A Díaz le pareció demasiado frío llevar a la señorita Ángeles en el coche directamente y pidió al conductor que fuera lentamente, para poder acompañarla caminando. Comenzó él solo en el séquito. Encuentra por allí cerca a Antonio Jesús Carrasco, que luego sería sacerdote, y lo llama para que se sume. Por los menos son dos acompañantes. Algunos, al paso del coche, miran y se persignan respetuosamente. Cuando pasan por el centro se comienzan a incorporar al entierro algunas personas y, poco a poco, se va formando un grupo considerable cuando llegan a la iglesia. Lo que iba a ser un frío traslado se convirtió en un entierro de los de antes.

Su cuerpo fue enterrado en el antiguo cementerio de Álora (castillo árabe); cuando fue inhumado para ser trasladado al nuevo cementerio, nadie reclamó su cuerpo, no se localizó a ningún familiar. Sus restos fueron depositados en la zona común.

Desconocemos el lugar donde reposan sus restos y la mayor parte de los datos circunstancias familiares y personales de la señorita Ángeles. Mucha gente en Álora incluso desconocerá su nombre, pero seguro que todos estos datos no se han perdido del todo y están en ese “disco duro” infinito que Dios tiene para guardar los datos de sus elegidos.