La Sierva de Dios Laura Aguirre y la Divina Providencia

La Sierva de Dios Laura Aguirre (Madrid, 1901- Álora, 1986), cuya causa de beatificación sigue avanzando con paso lento pero seguro, tuvo como una de las constantes de su biografía y su labor, como uno de los fundamentos de su vida espiritual, la idea de Divina Providencia y su confianza en ella.

Por los testimonios de la gente que la trató, por los recuerdos de muchas personas sabemos que su abandono, su confianza en la Providencia fue una constante y un mensaje que ella continuamente transmitía, con su palabra y su ejemplo, a aquellos con los que convivía.

Desde su  llegada a Álora en 1950, hasta el final de su vida, en 1986, toda su labor va a tener un sentido rectilíneo, como un arco que dibuja una línea limpia y bien trazada. El punto firme que sostiene esta bóveda es la confianza en la Divina Providencia. Toda su labor en estos 36 años tiene como constante la carencia de recursos materiales, la falta de un local definitivo para su obra (lo que provocó sus continuos traslados), la falta incluso de un grupo estable de colaboradoras que pudiera llevar a cabo una labor tan compleja con un grupo de niñas que, desde el primer momento, va creciendo. Frente a estas carencias, estas dificultades que hubieran vencido a cualquiera, ella recurre a la confianza en Dios y en su Providencia, invocada, contemplada en una continua vida de oración. Esta confianza la convierte en una persona serena, sosegada que raramente parece inquieta ni pierde los estribos, aunque en su vida y sus circunstancias había muchas razones para perderlos.

Cuando comienza  su labor con las niñas no tiene nada (materialmente hablando). Le ceden el bajo de una casa en la parte antigua del pueblo y allí se instala con las 5 primeras niñas. Una testigo presencial cuenta que, al salir de misa (la casa estaba enfrente de una de las entradas de la Parroquia) fue a visitar el local con unas amigas y se quedó sorprendida de la pobreza que allí vio, de la escasez de muebles y enseres. Las camas eran unos pobres jergones de sayo echados sobre el suelo.

La Providencia, teniendo como medio a la buena gente del pueblo que colabora con su causa, hace que al grupo de niñas, que va a ir creciendo rápidamente, no le falte lo necesario, aun en su estilo de vida sobrio y en el contexto de una época de escasez general.

Su labor va  a estar siempre al filo de la necesidad, siempre sin saber qué va a pasar mañana. Se sostiene por pequeñas donaciones en especie (la gente del campo le aporta patatas, harina, fruta…)  o bien en dinero. Desde las familias más acomodadas del lugar, a la gente más humilde, cada cual según sus posibilidades, todos colaboran. Además, hay un grupo de mujeres que ayudan voluntariamente a los trabajos de la residencia: lavar, coser, cocina… Parece que la Providencia moviliza a todo el pueblo y los pone al servicio de la obra de Laura.

Contaré un par de anécdotas, de los muchos testimonios que han quedado en la memoria de la gente de Álora.

Estando en el santuario  de Flores, antiguo convento franciscano, Laura se dirige al pueblo, que está a un par de kilómetros, para  comprar comida para las niñas. Va con Trini, una chiquilla que suele acompañarla y llevan un borriquito que ha prestado un amigo, que les sirve como medio de transporte. Laura le confiesa a Trini que no llevan ningún dinero. Trini se pregunta, extrañada, que cómo van  comprar. Laura, como siempre, mantiene la serenidad y  la confianza. Cuando llegan al pueblo, Laura deja a Trini con el borriquito y entra a rezar en la iglesia de la Veracruz. Cuando sale, Trini pudo ver, asombrada, como un señor se acercaba a la Señorita Laura y le daba un donativo para sus niñas.

En otra ocasión, también en su época del convento de Flores, sus colaboradoras le dicen que no tienen nada de comida. Ella contesta con la frase que siempre repite: “Dios proveerá”. Luego se va a rezar al santuario. En poco tiempo, unas manos anónimas,  dejan en la puerta comida. Su sobrino Lorenzo Baquera, que estaba de visita en la residencia, es testigo de este hecho sorprendente.

Elige para su obra un nombre significativo, que habla por sí solo del talante y estilo de su vida: “Providencia Parroquial Virgen de Flores”. Parroquial porque ella nunca pretendió otra cosa que ser una modesta colaboradora de la Parroquia; la advocación mariana porque siempre estuvo acogida a la intercesión de la Madre, que en Álora toma el dulce nombre de Flores; y Providencia, que fue en ella una idea capital que le acompañó toda su vida como un manto protector. La actitud de la Sierva de Dios ante las necesidades y adversidades  me recuerda el comentario que hace el padre Royo Marín (en su obra La oración del Señor) sobre el Padre Nuestro. Pedimos “el pan nuestro de cada día”. Esto es, que se nos dé hoy lo que necesitamos; no la solución definitiva a nuestras necesidades materiales. “Hoy”, pero no “siempre”. Si hoy salimos del paso, ya tenemos lo suficiente para seguir adelante. Mañana, pasado, en el futuro… “Dios proveerá”.

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